En los últimos dos años de la secundaria los jóvenes son conducidos -en teoría- hacia una reflexión mucho más profunda acerca del futuro.
Así, deben de decidir sobre aspectos que giran -mayormente- en torno a su futura carrera, el centro de estudios y cuándo materializarán sus planes.
Sin embargo, existen casos donde los egresados no postulan a una universidad al terminar sus estudios básicos. Estos, se dedican, más bien, al estudio de algún idioma, a colaborar con el negocio familiar o se incorporan al mundo del laboral.
Estas decisiones, son más que legítimas dado que las condiciones económicas de la familia con frecuencia no son las más optimas como para solventar todo lo que implica prepararse para la vida universitaria.
Además, y en otros casos, los jóvenes no tienen la seguridad respecto a qué carrera seguir y optan por analizar con calma su situación; y por lo tanto, postergan su postulación hasta tener mayor certeza.
Probablemente, el no postular de inmediato sea una sabia decisión, más aún cuando existe una gran oferta de instituciones de educación superior con las que contamos actualmente.
Amén de que ahora, gran parte de los adolescentes, tienen intereses múltiples y eso los coloca en una encrucijada asociada a qué estudiar; al menos, en una primera carrera.
Ante esto, consideramos que es bastante respetable el tener los pies en la tierra y tomarse el tiempo necesario para estimar el mejor momento para acceder a los estudios superiores. Y, por nuestra parte, solo nos queda como educadores, orientadores y padres de familia, el respeto irrestricto y el apoyo.
Siendo el peor camino el presionar e interrogar con insistencia con el clásico: “¿Cómo es eso que no sabes la carrera que estudiarás si estamos por terminar el año?”.
En este contexto, los padres de familia harían bien en aceptar esta situación y apoyar a sus hijos a que culminen sus estudios secundarios de manera satisfactoria.
Además, tendrán que ver a su hijo o hija dentro de su propio proceso y, por lo tanto, no es lo más recomendable compararlos con otros jóvenes que tal vez ya consiguieron una vacante antes de culminar la educación básica.
Del mismo modo, podemos aprovechar los meses (o el “año sabático” como lo suelen llamar los estudiantes) para fomentar buenos hábitos de estudio, el refuerzo de contenidos escolares y acompañarlos en sus procesos de discernimiento con respecto a la carrera de postulación.
Sin embargo, no vayamos a considerar que este tiempo es para ejercitar el ocio hasta el extremo vía los juegos electrónicos, el desorden, la falta de estudio independiente o el tránsito por un proceso de autoconocimiento.
Por parte de los colegios, el horario de tutoría se perfila como importante para ofrecer las oportunidades para que los estudiantes puedan reflexionar acerca de su futuro y, también, para identificar la existencia de posibles resistencias parentales con respecto a algunas carreras profesionales.
Estas pueden ser motivadas por estereotipos (como los de género), prejuicios y enfoques distorsionados con respecto a las razones que deben de vertebrar una decisión de esta naturaleza.
Para que ello ocurra, la formación de tutores profesionales se destaca como un desafío actual no solo para atender los asuntos vocaciones sino, además, para contribuir al bienestar general de los estudiantes.
Habría también que considerar que en el Perú, país con un año menos de educación secundaria en comparación con la mayoría de los países, los estudiantes egresan con tan solo 16 o 17 años; edad temprana para poder decidir una carrera profesional.
No obstante, asumamos que muchos están en condiciones de decidir y, otros, definitivamente no. Pero, paradójicamente, llama poderosamente la atención el apuro de algunos padres de familia y maestros por que se postule de inmediato.
Ahora bien, si sinceramos el panorama, encontramos estudios recientes que reportan que alrededor del 80% de estudiantes del 5to año de media (peruanos), no saben a qué carrera postular (Grupo Educación al Futuro, 2018).
Frente a esto cabría preguntarnos entonces: ¿y por qué se postula en gran medida? Y claro, los resultados saltan a la vista cuando encontramos que de cada 15 ingresantes más del 50% cambia de carrera o se retira en el camino; y, de los pocos que terminan (5 de 15) solamente, 2 consideran que volverían a estudiar lo mismo.
Estas cifras son muy cercanas a países como España (EUROPA PRESS), que, si bien tiene más años en la educación básica, sus jóvenes experimentan un comportamiento similar al de nuestro país.
Se necesita por consiguiente esfuerzos investigativos mucho más amplios y profundos. Ya en el plano de la intervención quizá sea necesario desplegar esfuerzos más decididos encaminados a:
Esto último, supone el garantizar buenos servicios psicopedagógicos, fortalecer los estudios generales (formación general) para que realmente los alumnos desarrollen capacidades al más alto nivel y, que establezcan procedimientos más expeditivos (y menos onerosos) para trasladarse de carrera.
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(*) Psicólogo Educacional (URP) y Doctor en Ciencias de la Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es Profesor y Director del Área de Conocimiento de Psicología de la Escuela de Posgrado de la Universidad Continental.