Los cuidados paliativos son un modo de atención clínica que se enfoca en aliviar el dolor y los síntomas de un paciente con una enfermedad terminal y en atender sus necesidades socioemocionales, afectivas, psíquicas y espirituales en el final de la vida. Esta noble labor conlleva un costo emocional que no puede ignorarse.
Trabajar en cuidados paliativos significa estar en contacto permanente con la muerte, el dolor y la pérdida. Los profesionales no solo deben manejar síntomas físicos complejos, sino también sostener emocionalmente a familias en duelo, tomar decisiones éticas difíciles y, frecuentemente, enfrentar sus propios miedos y vulnerabilidades ante la finitud humana.
Esta exposición continua puede desencadenar el síndrome de desgaste profesional o burnout, fatiga por compasión, estrés traumático secundario y problemas de salud mental.
Los síntomas incluyen agotamiento emocional, despersonalización, disminución del sentido de logro personal, ansiedad, insomnio y, en casos graves, cuadros depresivos.
Cada profesional llega al cuidado paliativo con su propia historia, creencias, experiencias de pérdida y recursos emocionales. Reconocer esta subjetividad es el primer paso para un autocuidado efectivo. No somos máquinas de brindar cuidados; somos seres humanos que nos conmovemos, que sentimos impotencia, que nos identificamos con ciertos pacientes más que con otros, y que llevamos nuestras propias heridas.
Aceptar nuestra vulnerabilidad no es debilidad, sino sabiduría. Permite establecer límites saludables, pedir ayuda cuando la necesitamos y desarrollar estrategias de autocuidado personalizadas que realmente funcionen para cada uno.
El soporte emocional es la forma en que sostenemos con delicadeza a alguien que se encuentra en una situación difícil. Es un alivio que fluye entre palabras, empatía y compasión, y que beneficia tanto a quien lo ofrece como a quien lo recibe.
El soporte emocional también implica al equipo de profesionales que brinda cuidados paliativos: médicos, enfermeros, psicólogos, trabajadores sociales, kinesiólogos y todos aquellos que forman parte de este equipo especializado. Porque cuidar al equipo que cuida no es un lujo, es una necesidad fundamental para garantizar la calidad de la atención y la salud integral de quienes dedican su vida profesional a aliviar el sufrimiento ajeno. Veamos algunas estrategias.
Es crucial observar en los profesionales la posible presencia de síntomas relacionados con el síndrome de burnout, evaluándolos a través del empleo de tests validados como el Maslach Burnout Inventory (MBI) y el Professional Quality of Life Scale (ProQOL).
Además, es fundamental promover espacios de prevención de burnout para todos los profesionales intervinientes. Estos espacios consisten en reuniones semanales coordinadas por psicólogos, con una duración de una hora y media.
Es importante aclarar que la prevención del burnout NO es psicoterapia. En estos encuentros se analizan las necesidades, carencias, urgencias, proyectos y afecciones que se generan en el vínculo con el paciente terminal, su familia y afectos. Se conversa y profundiza acerca de los vínculos entre los profesionales, los insumos y requerimientos hospitalarios o del hospice.
Trabajar con ciencia implica realizar supervisiones clínicas de casos y ateneos una vez por semana. Estos espacios permiten analizar situaciones complejas, compartir conocimientos y tomar decisiones fundamentadas en equipo, fortaleciendo la práctica profesional y generando aprendizaje colectivo.
Se cuida al equipo organizando turnos de los profesionales de cuidados internos en el hospital u hospice de manera racional. Por ejemplo, evitando hacer dos guardias continuadas o semanales consecutivas. La distribución equitativa de la carga laboral es una responsabilidad institucional que impacta directamente en el bienestar del equipo.
Tomar conciencia del autocuidado psíquico y físico es esencial para sostener esta labor en el tiempo. Como en las indicaciones de seguridad aérea: es crucial que te pongas primero tu propia máscara de oxígeno antes de ayudar a otros. Procura tener un recreo o descanso, sin culpas ni disculpas.
Cuidar lo psíquico incluye tener un espacio terapéutico de análisis personal, además de los talleres de prevención de burnout. La tecnología puede ser una aliada: terapia online, aplicaciones de meditación guiada y herramientas digitales que faciliten la organización y el manejo del estrés. Incluye también buscar técnicas facilitadoras del manejo de las emociones; búsqueda de apoyo, contención y compañía en los momentos más álgidos es fundamental. Brindar salvaguarda para los proveedores de cuidados que están por perder la paciencia implica trabajar con las defensas psíquicas que se generan por el alto grado de demanda.
Cuidar lo físico implica concurrir a clases de yoga, tai chi chuan, realizar arte (pintura, escultura, música, baile, canto, teatro), expresión corporal, meditación y mindfulness, ya sean semanales en el hospital o externas. Descansar, dormir, reponerse y mimarse no son caprichos sino necesidades.
Cuidarse redunda en mejores cuidados para el profesional, el familiar y el ser querido enfermo.
La existencia de personas que entienden a los cuidadores permite descargar muchas de las emociones que cuidar a otra persona despierta. La empatía entre colegas crea una red de sostén donde es posible expresar sentimientos de culpa, vergüenza, enojo y agotamiento sin temor al juicio.
Este apoyo mutuo es lo que transforma un grupo de profesionales en un verdadero equipo: personas que se cuidan entre sí mientras cuidan a otros.
Es importante reconocer que el cuidado debe contemplar la diversidad cultural de nuestros contextos. En Perú, la Ley N° 30846 establece el Plan Nacional de Cuidados Paliativos, que atiende las enfermedades crónicas progresivas que generan dependencia y constituyen amenazas para la vida.
Este plan contempla el apoyo espiritual y psicológico y las medidas necesarias, con enfoque intercultural, que demandan los enfermos crónicos y terminales. Reconocer la diversidad cultural, espiritual y social de pacientes, familias y también del propio equipo de salud es fundamental para brindar cuidados integrales y respetuosos.
Uno de los desafíos centrales en cuidados paliativos es mantener el equilibrio entre la apertura empática necesaria para conectar genuinamente con el sufrimiento del otro y la protección emocional que permite sostener esta labor en el tiempo.
No se trata de volverse insensible o distante. La empatía y la compasión son el corazón de los cuidados paliativos. Se trata, más bien, de desarrollar la capacidad de acompañar el dolor sin identificarnos completamente con él, de estar profundamente presentes manteniendo simultáneamente la consciencia de nuestros propios límites y necesidades.
Reconocer que necesitamos cuidado no nos hace menos profesionales; nos hace más humanos y, paradójicamente, más capaces de brindar el cuidado compasivo y de calidad que nuestros pacientes y sus familias merecen.
Trabajar, atender y cuidarse en equipo permite alivianar la travesía del dolor frente al final de la vida.