Hablar de aceptación incondicional no significa ser permisivo, ni tolerar pasivamente actitudes o conductas que nos incomoden. Implica aceptar de manera fundamental tres aspectos esenciales: a uno mismo, a los demás y a la vida, sin condiciones.
Reconocer que todos somos seres humanos dignos por el hecho de existir nos permite comprender que nuestro valor no se negocia, no se compra ni se vende. No puede anularse una vida porque no encaje en ciertos estándares o normas sociales.
Surge una pregunta: si alguien comete un acto indigno o delictivo, ¿sigue siendo digno? La respuesta es sí. Hablar de dignidad humana es referirse a la condición esencial de ser persona. El ser humano conserva su valor, aunque sus actos se alejen de esa naturaleza.
La ética y la moral se encargan de regular esas conductas y establecer normas para una convivencia justa. Pero más allá de las leyes, existe una valoración profunda de lo humano que trasciende la conducta. Ninguna ley puede quitarle a alguien su condición humana esencial.
La aceptación incondicional implica comprender que podemos aspirar a actuar de acuerdo a nuestra dignidad, pero habrá ocasiones en que no lo logremos. Es humano fallar, pero esos errores no disminuyen nuestro valor.
Equivocarnos, omitir algo o actuar mal son conductas que podemos revisar y corregir. Sin embargo, esas acciones jamás definen nuestro valor personal. Comprender esta diferencia permite mirarnos con compasión, aceptación y deseo de mejora.
Al separar el “ser” del “actuar”, reconocemos nuestra naturaleza humana, con su valor y fragilidad. Esta visión favorece el desarrollo de una mirada de aceptación hacia nosotros y hacia los demás, disminuyendo el juicio hacia la persona y enfocándonos en la conducta.
Al asumir esta postura, las acciones pueden corregirse, pero la dignidad se preserva. Esto es vital para sostener relaciones humanas saludables y respetuosas.
Aceptar incondicionalmente la vida significa asumir que está compuesta de momentos agradables, desagradables, desafiantes y neutros. El error frecuente es definir un día entero por un hecho positivo o negativo.
Si detallas lo que ocurre en una jornada, verás que no todo fue malo ni todo fue excelente. Algunos sucesos influyen más en nuestro estado de ánimo, pero la vida, en su totalidad, ofrece una gama de experiencias que merecen ser aceptadas.
El día a día trae consigo retos, decisiones, aciertos y errores. Ante ellos, es importante preguntarte: ¿Cómo deseo asumirlos? ¿Con qué recursos cuento? ¿Qué haré si las cosas no salen como esperaba? ¿Podría seguir aceptándome si las cosas no salen como esperaba? ¿Podría aceptar incondicionalmente a los demás, incluso cuando no actúan como deseo? ¿Podría aceptar la vida misma, con sus partes difíciles y sus momentos inesperados?
Aceptar incondicionalmente implica también reconocer que, aunque los resultados no sean los deseados, sigo teniendo valor. Del mismo modo, también implica aceptar a los demás sin condicionar su valía a su comportamiento y aceptar la vida, aunque presente desafíos.
La aceptación incondicional nos libera de la tiranía del juicio absoluto y nos permite distinguir entre el valor esencial y las acciones modificables. Cuando comprendemos que somos valiosos por ser, no por hacer, podemos mirar nuestros errores con compasión y elegir mejor.
Este enfoque favorece una convivencia respetuosa, reduce las exigencias irracionales y permite afrontar las adversidades sin perder de vista nuestro valor intrínseco como personas.
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