Se podría decir que el machismo es una forma de pensar que supone un rol sobrevalorado del hombre con respecto a la mujer.
Aquí, podemos entender como pensamiento a un conjunto de creencias, actitudes, prejuicios, estereotipos y representaciones que constituyen las causas de las conductas observables.
Por ejemplo, en este fenómeno (el machismo) estas maneras de pensar se cristalizan en inequidades salariales, acoso, violencia sexual, sexismo en todas sus formas y en relaciones de pareja donde las mujeres se ven anuladas en el ejercicio de su libertad.
También, otros impactos del machismo se reflejan en el sentimiento de inseguridad que muchas mujeres tienen para viajar, conducir un vehículo, tomar un taxi y/o simplemente caminar con un vestido o short por la vía pública.
Sin embargo, el culmen del machismo se refleja en el feminicidio; el asesinato de una mujer por un hombre, casi siempre, su pareja o ex pareja.
Todo esto sucede bajo el insano convencimiento de que la mujer que estuvo con uno ya no puede estar con otro en el futuro. Tal es así que, en las declaraciones de estos sujetos, se percibe con muchísima frecuencia el convencimiento de que la mujer les pertenecía y por ende no podían terminar una relación o iniciar una nueva.
En otros casos, la víctima no tuvo relación alguna sentimental con el feminicida; simplemente este se obsesionó y no aceptó las negativas a tener una cita o iniciar una vinculación como pareja.
Ahora bien, si asumimos que el machismo es una enfermedad social, familiar e institucional algo debemos de hacer al respecto en las instituciones educativas en general.
En este caso, y dado que la violencia contra la mujer es una problemática estructural enraizada en la sociedad peruana (y Latinoamericana en general) mucho se debe de hacer en el Poder Judicial, el Ministerio Público, la Policía Nacional del Perú, los ministerios en general y en el ámbito parlamentario para desarrollar marcos legales adecuados para castigar, disuadir y prevenir estos lamentables hechos.
Machismo en las escuelas
Pero volvamos a la responsabilidad de las escuelas para prevenir que estas manifestaciones machistas se instalen en su interior.
Antes bien, cabe explicitar que comprendemos que las familias tienen un rol protagónico en cultivar en los hijos relaciones de respeto y equitativas entre hombres y mujeres.
Sin embargo, y cuando las condiciones familiares no son las más óptimas, las escuelas están en una posición privilegiada para ofrecer una formación integral que promueva relaciones saludables entre todos.
Es así que, e independientemente de lo que acontece en casa, la escuela es el primer espacio institucional (o tal vez el último) para suscitar valores, actitudes y disposiciones de entendimiento entre hombres y mujeres.
Quizá una de las primeras cosas que podríamos hacer es evitar categorizaciones por sexo para las competencias o concursos. Esto quiere decir que, en lugar de poner a competir a hombres versus mujeres, bien podríamos establecer agrupaciones (o equipos) según colores, meses en que se nació o simplemente al azar.
También, esto es aplicable a las fiestas infantiles (que se dan muchas veces en los colegios) donde el payasito animador sigue aferrado a sus clásicas formas de hacer competir a los niños contra las niñas con la trillada pregunta general: “¿Quiénes son mejores los hombres o las mujeres?”.
En el ámbito deportivo podemos incentivar que las mujeres practiquen disciplinas típicamente masculinas como el fútbol y los hombres, a su vez, tendrían que jugar más el vóley.
Adicional a esto, se podrían organizar olimpiadas con equipos mixtos de los diferentes deportes y en donde se podría optar por convocar a cada vez más árbitros mujeres.
Tampoco iría mal el enseñar a los hombres a coser, cocinar y lavar ropa. Por su parte, las mujeres bien podrían incursionar en los diferentes despliegues asociados al uso de herramientas, motores y equipos electrónicos.
En la dimensión académica bien podría ayudar el que los maestros expliciten ante sus estudiantes posiciones críticas con respecto a prejuicios, roles sobrevalorados de los hombres y estereotipos sexistas que están presentes en los textos escolares.
En este caso, no es que se pretenda dejar de lado los textos, sino más bien, el desarrollar criterios para identificar y responder sin dejar pasar por alto aquello que podría ser negativo y que se estaría transmitiendo a través de imágenes o textos.
Por último, es deseable que los maestros puedan trascender los textos y visibilizar los desarrollos científicos que protagonizaron las mujeres en el pasado y en la actualidad.
Ya en el ámbito relacional se tendría que insistir, tanto en el discurso como en las acciones cotidianas, en la equidad que debe de imperar entre hombres y mujeres. Esto quizá sea el desafío mayor para las escuelas dentro y fuera de las aulas; el vivir en el día a día lo que se predica.
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(*) Psicólogo Educacional (URP) y Doctor en Ciencias de la Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es Profesor y Director del Área de Conocimiento de Psicología de la Escuela de Posgrado de la Universidad Continental.