Es innegable que las tecnologías digitales han cambiado nuestra forma de percibir e interactuar con la realidad. La epistemología del tiempo se ha trastocado al punto de que hoy millones de personas son capaces de discriminar hasta las fracciones de segundo. Hace 30 o 40 años, nuestro umbral era mucho más alto.
La generación de la paciencia
Antes, por ejemplo, teníamos que esperar dos o más minutos para que encienda del todo una televisión a tubos; ya que los tubos debían “calentar” para funcionar correctamente. Es más, estos aparatos venían, hasta la década de los setenta del siglo pasado, en hermosos muebles de madera, con patitas, puertas (cual armarios) y cerraduras, pues se asumía que para usarlos se debía contar siempre con la autorización de un adulto. Además, no existía el control remoto, ni el cable o las parabólicas; solo se contaba con un puñado de canales locales.
Las comunicaciones telefónicas también eran radicalmente diferentes. Marcar el número deseado implicaba girar un dial o rueda. Adicionalmente, y para conectar una comunicación a larga distancia local o internacional, teníamos que hablar con una operadora de modo que ella realizara mecánicamente la conexión e hiciera la consulta respectiva con respecto a si nos aceptaban la llamada o no.
Esa era la tecnología de la época y sería un error pensar que los que pasamos los 50 años no teníamos alguna. ¡Claro que teníamos tecnologías! Pero eran diferentes (no mejor ni peor) y cumplían a cabalidad nuestras necesidades existenciales de esos tiempos. No exigíamos más, ni esperábamos saltos tan grandes. La supremacía de lo analógico, del blanco y negro, del pararse para cambiar un canal y del compartir los artefactos vertebraba con gran naturalidad nuestras vidas.
También existían videojuegos como el Atari®, que fue un verdadero boom a inicios de los años ocheta del siglo pasado. Esto significó salir de los juegos de rayitas y bolitas (muchos recordarán el tenis del Odyssey) al Mario Bross, el Frogs (la ranita que cruza la calle) y el Space Invaders a todo color.
Sin lugar a dudas, éramos la generación de la paciencia, ya fuera por vocación o de manera forzada. Teníamos que esperar por nuestro turno para casi todo y era lo más normal. Nadie, o muy pocos, se molestaban por esperar que el televisor caliente o por los minutos que tomaba conectar una llamada. Asimismo, teníamos que compartir casi todo; eso nos ponía en situaciones de negociación, en el caso de tener una familia numerosa.
Los maestros de ahora
Es verdad que los educadores que ya pintamos canas somos diferentes a los llamados “nativos digitales”, sean estos estudiantes o colegas. Pero tampoco es que hayamos estado fuera del planeta y no hayamos presenciado los espectaculares cambios en cuanto a las TICs.
Muchos de nosotros manejamos las tecnologías actuales sin problemas. Celulares, tabletas y laptops nos permiten trabajar, estudiar y contactarnos con cualquier persona sin importar el lugar. Otros maestros usan los teléfonos celulares clásicos y computadoras sin tantas sofisticaciones, pero igual siguen desplegándose con excelentes resultados en sus aulas.
Debemos considerar también que los seres humanos en sociedad siempre estamos asimilando la nueva tecnología en menor o mayor medida. De ahí que todos seríamos inmigrantes, o más bien, nativos digitales de nuestras respectivas épocas.
Muchos maestros, de mi generación o mayores, cuentan con un correo electrónico, usan el sistema académico de su colegio y utilizan Google Chrome para buscar información. Un excelente maestro, independientemente de su edad, puede adquirir y potenciar sus habilidades en el manejo de TICs.
En la actualidad, existe un alto requerimiento de profesionales interesados en construir itinerarios educativos, diseñar planes de estudio y formular material educativo para acompañar los procesos de enseñanza digital.
Por ello, la Escuela de Posgrado de la Universidad Continental ha creado la Maestría en Educación Digital. ¡Solicita más información!
* Psicólogo Educacional y Doctor en Ciencias de la Educación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es Director del Área del Conocimiento de Psicología de la Escuela de Posgrado de la Universidad Continental.