Ya se ha abordado en este blog los roles de la psicología educativa. En el presente artículo vamos a abordar cómo estos programas pueden diseñarse efectivamente a partir de algunos principios.
El diseño efectivo de un programa de intervención en psicología educativa debe considerar los siguientes principios básicos:
1. Individualización y adaptabilidad
Cada estudiante tiene necesidades individuales; por lo tanto, los programas de intervención que se diseñen deben adaptarse a esas necesidades específicas.
Una intervención general, que sea la misma para todos los estudiantes, no es efectiva. Es necesario reconocer las diferencias que tienen los estudiantes en términos de:
- Habilidades: Los estudiantes tienen diferentes habilidades cognitivas, como la capacidad de comprender conceptos abstractos o resolver problemas.
- Estilos de aprendizaje: Los estudiantes aprenden de manera diferente, unos prefieren aprender escuchando, otros leyendo, otros haciendo cosas.
- Contexto familiar: El contexto familiar puede influir en el aprendizaje de los estudiantes, por ejemplo, si tienen acceso a recursos educativos o apoyo emocional en casa.
El entorno en el que se encuentra el estudiante, las habilidades que tiene, los estilos de aprendizaje que manifiesta requieren un abordaje individual. A partir de ese abordaje individual se da un proceso de adaptación y de aprovechar la plasticidad cerebral que tenemos para poder adaptarnos en diversos contextos y entornos; y que esto permita que puedan mejorar sus niveles de logro de aprendizaje.
2. Integración de teorías psicológicas
En torno a este tema, se puede generar considerable debate. Hay quienes argumentan que un programa de intervención debería ser abordado desde la perspectiva de una única teoría psicológica. Sin embargo, existen también quienes proponen una mirada más pragmática que integre diversas teorías.
El aplicar diversas teorías en el diseño de intervenciones permite que estas sean más efectivas en menos tiempo. A su vez, facilita la comprensión de los procesos cognitivos y conductuales de los estudiantes, permitiendo identificar procesos que requieren una rápida intervención en forma preventiva, de modo que el estudiante experimente mejoras en su bienestar.
Este último punto es fundamental, ya que el bienestar influye directamente en el compromiso de los estudiantes con su formación académica y su desarrollo educativo.
3. Evaluación continua
El tercer principio se refiere al proceso de evaluación continua. En este contexto, se destaca la importancia de recopilar datos y mantener la trazabilidad de la información de cada estudiante.
La clave radica en realizar evaluaciones regulares que garanticen la adaptación dinámica de los programas. Aunque diseñemos un programa inicialmente, la evaluación constante proporciona información crucial para realizar ajustes rápidos. No debemos esperar a que el programa concluya; en cambio, debemos ajustarlo dinámicamente a medida que recopilamos datos y abordamos las cambiantes necesidades y condiciones de los estudiantes.
Las necesidades y condiciones pueden variar a lo largo de los estadíos evolutivos de los estudiantes. Por lo tanto, los programas deben ser dinámicos y estar abiertos a cambios continuos, con un enfoque en la evaluación constante del proceso. Esto implica no solo recopilar información sobre los resultados, sino también evaluar y corregir el proceso en sí mismo. Si algo no está teniendo el efecto esperado, es crucial realizar ajustes en la intervención.
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