Hablar de los afectos es un tema complejo. Diferentes investigadores han buscado comprender los procesos afectivos para abordar los males emocionales.
John Bowlby, a partir de sus observaciones clínicas, desarrolló la teoría del apego, destacando la importancia de brindar atención y seguridad emocional desde las primeras relaciones como base para formar vínculos seguros en la adultez.
Posteriormente, Harry Harlow, a través de sus experimentos con macacos, evidenció cómo estos acudían a la madre de alambre para alimentarse, pero preferían a la madre de trapo para encontrar confort y seguridad en situaciones amenazantes.
Ambos aportes permiten comprender mejor las raíces afectivas sobre las que se construyen nuestras relaciones posteriores.
Pero, ¿qué sucede cuando esos vínculos no se establecieron adecuadamente en la infancia? ¿Estamos condenados a mantener relaciones insanas de por vida? ¿Deberíamos culpar a nuestros padres de nuestras malas elecciones? ¿O es el destino el responsable de que no tomemos las decisiones correctas?
Para la psicología cognitiva, ninguna de estas preguntas puede tener una respuesta afirmativa. Si bien los vínculos tempranos influyen, no determinan irreversiblemente nuestra capacidad de decidir, actuar y cambiar en el presente.
No haber tenido los vínculos adecuados en la infancia no significa que no pueda mejorar mis relaciones en el ahora. Se trata de asumir la responsabilidad de mi destino emocional, ser el adulto responsable de mi presente, y dejar de culpar al niño del pasado, sobre el cual poco puedo hacer.
Nuestros padres hicieron lo que pudieron dentro de sus contextos y creencias sobre la crianza, y eso no los convierte en seres despreciables. Reconocer esto nos permite liberarnos de culpas y resentimientos que limitan nuestro bienestar.
Si bien el pasado influye en la formación de nuestras características personales, no implica que debamos seguir actuando en función de ello. Solo puedo mejorar mis vínculos si soy consciente de aquello que interfiere en mi relación con los demás y, sobre todo, de aquello de lo que soy absolutamente responsable.
Es desde esa toma de conciencia que podemos iniciar cambios reales en nuestras formas de vincularnos.
Albert Ellis, creador de la terapia racional emotiva conductual (TREC), identificó que uno de los males que aquejan al ser humano son los “debería”. Estas son exigencias absolutas y rígidas que la persona tiene hacia sí misma, hacia los demás y hacia la vida. Ahora bien, ¿quiere decir esto que las reglas son malas? Por supuesto que no.
Las reglas son necesarias para vivir en sociedad, establecer orden y seguridad. Pero el problema surge cuando confundimos nuestros deseos con exigencias absolutas, como “deberías amarme como yo te amo” o “debo ser perfecto siempre”.
Estas exigencias nos impulsan a buscar su cumplimiento. Comenzamos a exigirnos perfección, a condicionar nuestras relaciones y a tolerar situaciones incómodas solo para sostener esas ideas rígidas. Finalmente, intentamos vivir de una forma que excede nuestras posibilidades reales, convencidos de que lo merecemos, aunque las circunstancias indiquen lo contrario.
Cuando estas exigencias no se cumplen, aparece la frustración, la culpa, la ansiedad y todas esas emociones perturbadoras que nos alejan de una mirada objetiva de la realidad y de decisiones saludables.
¿Qué podemos hacer? Aunque las reglas son importantes para el orden social, eso no anula nuestra capacidad de desear. La clave está en diferenciar lo que realmente deseo de lo que realmente estoy en la obligación de cumplir. No es lo mismo decir “debo hacer las cosas perfectas” que “me gustaría hacer las cosas perfectas”.
Lo mismo ocurre con las relaciones afectivas: “Deberías amarme como yo te amo”, en lugar de “me gustaría que expresaras tu cariño de este modo; aunque, aun si no lo hicieras, no significa que no me quieras”. Cambiar ese enfoque permite relaciones más sanas y emociones más realistas.
Identificar nuestras exigencias absolutas e irreales y transformarlas en deseos saludables nos ayuda a ser más flexibles y tolerantes. Esto favorece el desarrollo de sentimientos saludables, de mirar objetivamente la realidad y aceptarla tal cual es, sin evaluarla en función de nuestras exigencias irracionales.
Como bien decía Epicteto: “No son los acontecimientos los que nos perturban, sino nuestra interpretación de los mismos”.
Asumir responsabilidad por nuestro presente emocional es el primer paso para transformar nuestras relaciones. La TREC nos enseña que no son los hechos en sí, sino nuestras exigencias y creencias las que generan sufrimiento.
Liberarnos de los “debería” irracionales y practicar la aceptación incondicional de nosotros, los demás y la vida nos permite vivir con mayor serenidad y construir vínculos más sanos y auténticos.
Los conceptos explorados en este artículo constituyen fundamentos esenciales de la práctica clínica contemporánea, especialmente en el enfoque cognitivo conductual.
La Segunda Especialidad en Psicología Clínica y de la Salud con Mención en Terapia Cognitiva Conductual de la Escuela de Posgrado de la Universidad Continental profundiza en estas herramientas terapéuticas, capacitando a profesionales para ayudar a las personas a transformar sus patrones de pensamiento y desarrollar vínculos más saludables.
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