Según la Organización Mundial de la Salud, cada año, más de 720 mil personas en el mundo mueren por suicidio. Esta realidad lo convierte en la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años.
Según las estadísticas del Perú, en el 2022 hubo aproximadamente 976 muertes por suicidio; en 2023, esa cifra subió a 949; pero para el 2024, ascendió a 1097 muertes. Esto representa un aumento de 100 casos con respecto al año anterior.
Estas cifras nos recuerda que estamos ante un problema de salud pública que exige respuestas urgentes, humanas y basadas en evidencia científica.
El suicidio no puede explicarse desde una única perspectiva. Su origen se encuentra en la interacción de factores biológicos, psicológicos y sociales.
La Organización Mundial de la Salud define el acto de suicida como este “acto humano autoinfligido realizado con la intención implícita o explícita de morir”. Sin embargo, también lo categoriza en tres definiciones: ideación suicida, plan suicida e intento suicida. Estas categorías clínicas orientan la gravedad del caso y determinan el nivel de intervención que la persona necesita. Veamos cada uno de ellos.
Las estadísticas muestran que, en varios países, las mujeres registran más intentos de suicidio, mientras que los hombres son quienes en mayor proporción consuman el acto.
Hasta agosto del 2024, el Ministerio de Salud (MINSA) documentó 1620 intentos de suicidio. El 72.5 % por ciento de esos intentos correspondían a mujeres; sin embargo, los varones representan la mayoría de los casos consumados.
En Puerto Rico, la Ley N.° 408 - Ley de Salud Mental, permite hospitalizar de manera involuntaria a un paciente que presente riesgo. No en todos los países hay leyes que cubren este tipo de necesidad.
En mi trayectoria profesional he tenido la oportunidad de dirigir programas de prevención en hospitales psiquiátricos y comunidades de Puerto Rico. Una de las iniciativas más significativas ha sido instalar protocolos de detección temprana en salas de emergencia.
Nos dimos cuenta de que nuestras salas de emergencia o salas de urgencia carecían de un esquema para pacientes suicidas. Así que seleccionamos un inventario que se llama el Columbia Suicide Risk Assessment: un instrumento que se utiliza para medir riesgos suicidas y lo incluimos en el proceso de triaje. Ahora, además de tomarte los signos vitales, te preguntan si has tenido un pensamiento suicida en las últimas en las últimas semanas.
Esto significó capacitar tanto al personal clínico como administrativo, e implementar un modelo de acompañamiento continuo a los pacientes, incluso con el apoyo de personas que sobrevivieron a un intento suicida y hoy actúan como facilitadores de apoyo.
Los resultados nos muestran que la prevención es posible. En algunos municipios, la tasa de suicidios se redujo drásticamente en pocos años. Esto no solo es un indicador estadístico; es la prueba de que cuando unimos esfuerzos, salvamos vidas.
La prevención también puede fortalecerse con la aplicación tecnologías, como la inteligencia artificial (IA). A través del análisis de grandes bases de datos y algoritmos de aprendizaje automático, hoy es posible identificar patrones de riesgo en personas que incluso no tienen un historial previo de salud mental.
La IA no reemplazará jamás la interacción humana, pero sí puede ser un aliado poderoso para la detección temprana y la toma de decisiones clínicas, especialmente en comunidades rurales o con acceso limitado a especialistas. Esto abre la posibilidad de construir sistemas de prevención más proactivos, capaces de anticiparse a las crisis antes de que sea demasiado tarde.
Un aspecto que no podemos descuidar es la formación académica y profesional. A pesar de la magnitud del problema, en muchos programas de psicología la prevención del suicidio sigue siendo un tema secundario o poco desarrollado.
Los psicólogos y psicólogas necesitan una capacitación específica que incluya:
La universidad y los centros de formación tienen aquí una tarea urgente: preparar profesionales capaces de intervenir de manera integral, con competencias clínicas sólidas y con compromiso social.
Finalmente, es necesario recalcar que hablar de suicidio no es sencillo. A menudo enfrentamos estigmas y silencios que impiden abordar este tema con la urgencia que merece. Sin embargo, estoy convencido de que la prevención del suicidio es una responsabilidad compartida.
No basta con la acción de los profesionales de la salud. Todos —familias, comunidades, instituciones y gobiernos— podemos desempeñar un papel crucial al estar atentos a las señales de alarma, brindar apoyo y contribuir a construir entornos más humanos y protectores.
Si tú o alguien que conoces está en riesgo, busca ayuda profesional de inmediato o comunícate de manera gratuita con la línea 113 opción 5, disponible desde cualquier operador de telefonía fija o móvil a nivel nacional (Perú).